Cuando yo era niña, mi mamá solía mostrarme una central térmica: un gran edificio de ladrillo con tres altas chimeneas y muchos grandes alambres y máquinas de metal al lado. Dentro, se arrojaba carbón a un gran horno y, cuando el carbón se quemaba, movía una maquina de vapor que producía la electricidad.
Al mismo tiempo, soltaba humo. Cuando pasábamos junto a la central, mi mamá me señalaba el humo negro y decía: «¡Qué suciedad! Habría que cerrarla para que no siga contaminando el aire» Pero lo cierto es que necesitábamos la electricidad.
Ahora sabemos muchas más cosas. Sabemos que si ahorramos suficiente energía no necesitaremos tantas centrales que la produzcan. Sabemos también que la contaminación que sale de la central no sólo tiene mal olor y enferma a la gente, sino que además le hace daño a la Tierra.
Y luego la contaminación cae del cielo, seca o en forma de lluvia ácida. La lluvia ácida hace daño a los arroyos, lagos y ríos y a los peces, árboles y otros elementos de la naturaleza que nunca han utilizado la electricidad. (¿Cuándo fue la última vez que viste a un pez mirando la televisión?)
Otra cosa que hemos aprendido es que la contaminación está cambiando el clima de todo el planeta. Algún día hará demasiado frío o demasiado calor para que puedan vivir los animales.
Ya hay algunas personas que están haciendo lo posible para ahorrar energía y ayudar a limpiar la suciedad del cielo, de los ríos y de la tierra. ¿Y tú?
Karina Lutz. (Revista Home Energy)