Han pasado 66 otoños, he vivido mucho tiempo.
La luna llena, radiante, ilumina mi rostro.
No hay por qué debatir los principios del koan.
Escuchad con atención el viento que sopla entre los pinos y los cedros.
Ryonen Gensó
Japón, 1646-1711

La única manera de avanzar
es desprenderse de uno mismo, extraer al ser de la palabra,
al acto de la intención, a la emoción del adueñamiento
y al deseo de su objeto imaginario,
ir horadando el túnel, perder una y mil pieles,
consumir lo superfluo en una fiesta de llamas,
dejar que se desinflen lo yo parásitos, no ser ni esto ni lo otro,
unir los dos polos en un sólo círculo,
atrapar la mirada que está detrás de la mirada,
de ojo en ojo ascender hasta la conciencia final
donde todo lo injertado, tatuado, copiado, falsificado
es llevado por el viento como un enjambre de pétalos.
Mente vacía y corazón lleno,
calmando el deseo, deshaciendo los nudos ciegos,
integrando el árbol acorazado al bosque desnudo,
nuestra patria son las huellas que dejamos
en la corteza de la Tierra,
nuestra edad es la del cosmos,
en nuestro corazón habitan los que fueron,
los que son y los que nacerán,
venimos del todo, vamos hacia el todo, somos el todo.
Nunca más nuestra mente defecará definiciones,
nunca más en nuestro pecho silbará la víbora de la crítica,
nunca más entre nuestras piernas
el deseo de una carne sin alma afilará sus anzuelos,
nunca más nuestro cuerpo aspirará a ser una máquina eterna,
venceremos ese grito de ignorancia que es la angustia,
despegándonos del pegajoso suelo
donde quieren echar raíces nuestros pies
eligiremos como camino
la impalpable sombra y el sólido vacío,
venceremos el espejo que compara
sembrando en nuestra alma
la amargura de la inferioridad,
demoleremos la pirámide de ancestros que llevamos
incrustada en la espalda
encadenándonos al cadáver de un tiempo estancado,
cavando hasta el fondo de nosotros mismos
llegaremos por fin al orígen donde la palabra se disuelve
y nuestro espíritu es el centro de todo lo que existe.
Placer incesante, orgasmo eterno,
silencio que es la suma de todas las músicas.
Alejandro Jodorowsky
Hoy os comparto la historia de una ostra que descubrió un día que un grano de arena se había alojado en el interior de su concha. Aunque era uno solo, le causaba mucho dolor, porque las ostras, a pesar de ser organismos muy sencillos, también tienen sentimientos.
¿Se quejó acaso aquella ostra del cruel destino que la condujo a su lamentable situación? ¿Maldijo al gobierno que lo había permitido? ¿Sostuvo que el mar tenía la obligación de protegerla? ¿Se sintió ofendida con las mareas por arrojarle la arena?
-No- se dijo la ostra dentro de su concha-. Puesto que no puedo sacar el grano de arena, trataré de mejorarlo.
Así pasaron los años y la ostra llegó a su destino final. En este caso llegó a manos de un pescador. El grano de arena, que tanto la había hecho sufrir, se había convertido en una hermosísima perla de brillo esplendoroso.
Ante la vida somos libres para elegir nuestras respuestas y responsables de sus consecuencias.
¿Y tú qué eliges?
Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes…pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí, no solo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias viajaban rápidamente, de punta a punta.
Un día llegó a la ciudad una «moda» que seguramente había nacido en algún pueblo humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas , pianos de cola y sofisticadas esculturas postmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo.
La mayoría de los pozos se llenaron de tal modo que ya no pudieron incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior…
Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó qué si seguían hinchándose de tal manera , pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad…
Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho.
Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido…
Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacio de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho…
Un día, el pozo que crecía hacia dentro tuvo una sorpresa: dentro, muy dentro ,y muy en el fondo ¡encontró agua!.
Nunca antes otro pozo había encontrado agua…
El pozo supero la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera.
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas brotaron en pasto , en tréboles, en flores, y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después…
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar «El Vergel».
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. -Ningún milagro- contestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo… Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desecharon la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.
Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas…
En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío…
Y también empezó a profundizar…
Y también llegó al agua…
Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en la ciudad…
-¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban. -No sé lo que pasará- contestaba- Pero, por ahora, cuánto más agua saco , más agua hay. Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma…Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente , como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto.
La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar…
Jorge Bucay
«Había una vez un rey que ofreció un premio al artista que lograra pintar la mejor representación de la paz. Muchos artistas lo intentaron.
El rey miró todos los cuadros. Pero sólo dos le gustaron realmente, y tenía que escoger entre ellos.
Uno era el de un lago apacible. El lago era un espejo perfecto de las tranquilas montañas que se elevaban a su alrededor. Por encima estaba el cielo azul con blancas nubes. Todo el que veía este cuadro pensaba que era una representación perfecta de la paz.
El otro cuadro también tenía montañas, pero éstas eran peladas y escarpadas. Por encima había un furioso cielo, del cual caía la lluvia y donde se veían relámpagos. Por un costado de la montaña caía una cascada espumosa. Esto no tenía un aspecto apacible en absoluto.
Pero cuando el rey lo miró de cerca, vio tras la cascada un pequeño arbusto que crecía en una grieta de la roca. En el arbusto había construido su nido un pajarito. Allí, en medio del rugir del agua, estaba echado el pajarito en su nido; en perfecta paz.
El rey escogió el segundo. Y lo explicó así:
«Paz no significa estar en un lugar donde no hay problemas o trabajo duro. Paz quiere decir estar en medio de todas esas cosas y permanecer calmado en el corazón.
Este es para mí el verdadero significado de la paz».
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGO UNA BOFETADA EN EL ROSTRO.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomo un estilete escribió en una piedra: HOY, MI MEJOR AMIGO ME SALVO LA VIDA.
Intrigado, el amigo preguntó: ¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió: «Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargaran de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo».
Es necesario coraje tanto la semilla intacta
como la que rompe su cáscara
tienen las mismas propiedades.
Sin embargo, sólo la que rompe su cáscara
es capaz de lanzarse a la aventura de la vida.
Esta aventura requiere una única osadía:
descubrir que no se puede vivir
a través de la experiencia de los otros,
y estar dispuesto a entregarse.
No se puede tener los ojos de uno,
los oídos de otro, para saber de antemano
lo que va a ocurrir;
cada existencia es diferente de la otra.
No importa lo que me espera,
yo deseo estar con el corazón abierto para recibir.
Que yo no tenga miedo de poner mi brazo
en el hombro de alguien, hasta que me lo corten.
Que yo no tema hacer algo que nadie hizo antes
hasta que me hieran.
Déjenme ser tonto hoy,
porque la tontería es todo lo que tengo
para dar esta mañana;
me pueden reprender por eso,
pero no tiene
importancia.
Mañana, ¿quién sabe?, yo seré menos tonto.
Khalil Gibran —
¿Qué es en definitiva el mar?
¿por qué seduce? ¿por qué tienta?
suele invadirnos como un dogma
y nos obliga a ser orilla
nadar es una forma de abrazarlo
de pedirle otra vez revelaciones
pero los golpes de agua no son magia
hay olas tenebrosas que anegan la osadía
y neblinas que todo lo confunden
el mar es una alianza o un sarcófago
del infinito trae mensajes ilegibles
y estampas ignoradas del abismo
transmite a veces una turbadora
tensa y elemental melancolía
el mar no se avergüenza de sus náufragos
carece totalmente de conciencia
y sin embargo atrae tienta llama
lame los territorios del suicida
y cuenta historias de final oscuro
¿qué es en definitiva el mar?
¿por qué fascina? ¿por qué tienta?
es menos que un azar / una zozobra /
un argumento contra dios / seduce
por ser tan extranjero y tan nosotros
tan hecho a la medida
de nuestra sinrazón y nuestro olvido
es probable que nunca haya respuesta
pero igual seguiremos preguntando
¿qué es por ventura el mar?
¿por qué fascina el mar? ¿qué significa
ese enigma que queda
más acá y más allá del horizonte?
Mario Benedetti
Os conparto un poema senegalés que escuché hoy y me encantó.
Querido hermano blanco, cuando yo nací era negro
cuando crecí era negro, cuando me da el sol soy negro
cuando estoy enfermo soy negro, cuando muera seré negro
y mientras tanto, tu
cuando naciste eras rosado, cuando creciste fuiste blanco
cuando te da el sol eres rojo, cuando sientes frío eres azul
cuando sientes miedo eres verde, cuando estás enfermo eres amarillo
cuando mueras serás gris
entonces, ¿cuál de nosotros dos es un hombre de color?
Leopold Sengor
Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de la montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo atendiera.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde. -Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharita de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame.
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio.
¿Qué tal?- preguntó el sabio- ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
El joven avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven tomó nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio-.
El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado.
Pues éste es el único consejo que puedo darte – le dijo el más Sabio de todos los Sabios-. El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara
Las hojas no caen, se sueltan….
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae”
sino que llegado el escenario del otoño inicia la
danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición
al desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad
y profundo de sabiduría:
la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire
sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento
y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío
dejado por ella
es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose
a la sinfonía del viento
traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación
constante y contundente
para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire que me está susurrando al oído del alma
¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente
a la brisa de su propia entrega y libertad.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento
de creatividad
ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente,
ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana,
que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles,
con estos hábitos perennes,
con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados,
con este entorno ya conocido…
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge
en un auténtico espacio de fe,
confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia
consciencia y libertad,
el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio,
tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más
agresivo e impetuoso
y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
José María Toro
Los niños estaban sentados cerca del mar, observando las olas del océano desde el precipicio y escuchando la dulce voz de la Abuela que hilaba un cuento. La Abuela les mostró los sonidos de las mareas que vivían dentro des las conchas de su cesto, contando a los pequeños cómo las conchas habían enseñado a la Tribu Humana a escuchar a sus sentimientos.
Uno de los curiosos pequeños preguntó algo, y la Abuela respondió llevando al grupo a la orilla. A lo largo del camino ella hizo que cada niño recogiese una flor. Después, La Anciana pidió a los niños que lanzaran sus flores al mar, explicando que los sentimientos de cada uno serían enviados al mundo, pero que un día volverían a ellos.
Los niños miraron cómo unas flores se ahogaban, otras se revolcaban en la tierra, y algunas, que no se habían lanzado bastante lejos, quedaban en la arena esperando que la marea ascendente se las llevara. La Anciana explicó que, al igual que las flores en la orilla, los buenos sentimientos debían ser lanzados lo bastante lejos en los mares de la vida para que fueran compartidos, ya que, en caso contrario, los sentimientos no podrían volver a ellos como bendiciones. Las flores que se ahogaron representaban los malos sentimientos que debían ser purificados por lágrimas saladas. La Abuela explicó que los sentimientos destinados a herir a los demás no debían ser enviados al mundo porque éstos, también volverían finalmente al que los había enviado. Las flores que montaron en las cimas de las olas representaban la imagen poderosa de todos los sentimientos de la vida. Estos sentimientos reflejaron la risa y las lágrimas que eran compartidos con otros. Estos sentimientos compartidos fluyeron, como el flujo y el reflujo de los mares, hasta que las mareas de la comprensión los trajeron de nuevo a la orilla que el corazón llamaba casa.
Historia de los indios americanos
Había una vez, en algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: ¡No sabía quién era!
Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano: “Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas, ¡ves qué fácil es!” “No lo escuches”, exigía el rosal. “Es más sencillo tener rosas y ¡ves qué bellas son!”
Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: “No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la Tierra. Yo te daré la solución… No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tú mismo, conócete… y para lograrlo, escucha tu voz interior.” Y dicho esto, el búho desapareció.
“¿Mi voz interior?… ¿Ser yo mismo?… ¿Conocerme?…” Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: ¡Cúmplela!”
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de si mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
Y el árbol se preguntaba al ver a su alrededor, ¿Cuántos serán robles que no se permiten a si mismos crecer?… ¿Cuántos serán rosales que por miedo al reto, sólo dan espinas?… ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer?
«El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y le hizo perder una hora de trabajo y luego su antiguo camión se negó a arrancar. Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio.
Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente me acompañó hasta mi automóvil.
Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.
“ !Oh! ese es mi árbol de problemas, contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido es, añadió sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.”
No me interesa saber cómo te ganas la vida. Quiero saber lo que ansías, y si te atreves a soñar con lo que tu corazón anhela.
No me interesa tu edad. Quiero saber si te arriesgarías a parecer un tonto por amor, por tus sueños, por la aventura de estar vivo.
No me interesa qué planetas están en cuadratura con tu Luna. Quiero saber si has llegado al centro de tu propia tristeza, si las traiciones de la vida te han abierto o si te has marchitado y cerrado por miedo a nuevos dolores. Quiero saber si puedes vivir con el dolor, con el mío o el tuyo, sin tratar de disimularlo, de atenuarlo ni de remediarlo.
Quiero saber si puedes experimentar con plenitud la alegría, la mía o la tuya, si puedes bailar con frenesí y dejar que el éxtasis te penetre hasta la punta de los dedos de los pies y las manos sin que tu prudencia nos llame a ser cuidadosos, a ser realistas, a recordar las limitaciones propias de nuestra condición humana.
No me interesa saber si lo que me cuentas es cierto. Quiero saber si puedes decepcionar a otra persona para ser fiel a ti mismo; si podrías soportar la acusación de traición y no traicionar a tu propia alma…
Quiero saber si puedes ver la belleza, aun cuando no sea agradable, cada día, y si puedes hacer que tu propia vida surja de su presencia.
Quiero saber si puedes vivir con el fracaso, el tuyo y el mío, y de pie en la orilla del lago gritarle a la plateada forma de la luna llena: “¡Sí!”. No me interesa saber dónde vives ni cuánto dinero tienes. Quiero saber si puedes levantarte después de una noche de aflicción y desesperanza, agotado y magullado hasta los huesos, y hacer lo que sea necesario para alimentar a tus hijos.
No me interesa saber a quién conoces ni cómo llegaste hasta aquí. Quiero saber si te quedarás en el centro del fuego conmigo y no lo rehuirás.
No me interesa saber ni dónde ni cómo ni con quién estudiaste. Quiero saber lo que te sostiene, desde el interior, cuando todo lo demás se derrumba.
Quiero saber si puedes estar solo contigo y si en verdad aprecias tu propia compañía en momentos de vacío.
La invitación de Oriah Mountain Dreamer